teoría y práctica de la biopolítica


Esta saga la inicia Carl Schmitt. No es casual que su controversial crítica de la democracia liberal la emprendiera en 1921, a dos años de fundada la brumosa República de Weimar. Resumiéndolo en demasía, Schmitt plantea que el soberano es aquel que puede tomar la decisión de quién es el amigo y el enemigo, y declarar en consecuencia el estado de excepción. Considerado como el ideólogo jurídico del nazismo, termina publicando en 1963 su Teoría del Partisano, donde alaba a Lenin y a Mao como puntos de ebullición de su tesis acerca del enemigo absoluto.

Sobre biopolítica hablaría también Michel Foucault, quien introduce el término en las clases del College de Francia en 1976, donde declara que Sólo el nazismo, claro está, llevó hasta el paroxismo el juego entre el derecho soberano de matar y los mecanismos del biopoder. Más recientemente, lo hace Giorgio Agamben en Homo Sacer: El poder soberano y la nuda vida, I. Traduciendo a Festo, Agamben rescata una tradición jurídica del Imperio Romano: Hombre sagrado (Homo sacer) es aquel que el pueblo ha juzgado por un delito; no es lícito sacrificarle, pero quien le mate, no será condenado por homicidio. En efecto… si alguien mata a aquel que es sagrado por plebiscito, no será considerado homicida.

michel foucault

michel foucault

giorgio agamben

giorgio agamben

Lo que se desprende de allí es la violencia sin control. Por decisión del soberano, cualquiera puede ser anulado socialmente, incluso con el asesinato. Foucault y Agamben ubican como suprema expresión de la biopolítica al lager, del cual hablaría con pasión y con dolor el italiano Primo Levi.

Raül Hilberg afirma que la historia de los judíos europeos desde el siglo IV hasta Shoah es la progresión regresiva de una frase, enunciada por la Iglesia Católica en la Edad Media: Ustedes no pueden vivir entre nosotros como judíos. El poder secular recortó la frase: Ustedes no pueden vivir entre nosotros, y aparecieron los guetos. La Solución Final la redujo industrialmente: Ustedes no pueden vivir. Ya no estamos en la Edad Media. Bueno, suponemos. Pero el antisemitismo continúa expresándose en los elaborados discursos sobre la pureza de raza, la negación del Holocausto y las teorías conspirativas.

Lo que ocurre en Venezuela es una deplorable y bananera caricatura del lager. Hay un soberano que decide quiénes somos homo sacer. El problema de esta insolencia, depravada por su olor a premodernidad, es la falta de musculatura para aplicarla como lo indican los manuales. Y en esa contradicción nos agitamos desde hace ya demasiados años. Para nosotros los gentiles, este amasijo de petróleo e históricos resentimientos, resulta a veces una atmósfera difícil de entender. Pero suena demasiado conocida para la comunidad judía, con quienes hemos compartido este siglo de naufragios. Su vivencia del estado de excepción, se compendia en el reciente documento Antisemitismo en Venezuela. Informe 2012. Más allá del hostigamiento a Capriles por su posible condición judía (como si debe presentar una prueba de sangre para purificar sus aspiraciones políticas), o de las relaciones del gobierno venezolano con Irán (que pide a gritos la desaparición de Israel), o el ataque a las sinagogas caraqueñas, lo que más preocupa es la paranoia convertida en política de estado, que se expresa en las teorías conspirativas.

La justificación ideológica que impulsa la biopolítica del estado venezolano y el partido que lo controla totalmente, es la concreción de la utopía y la creación del hombre nuevo, abreviada en esta frase atribuida a Ernesto Guevara de la Serna, que muchas veces y en demasiadas partes hemos escuchado: Recuerden que el eslabón más alto que puede alcanzar la especie humana es ser revolucionario. La superioridad que propone la frase ya no se limita a lo biológico, sino que aspira a lo espiritual. Tal pretensión excluye a la mayoría de los habitantes de esta patria forajida, donde todos somos homo sacer Porque en estos tiempos de suma indigencia, todos los venezolanos somos judíos.

HA

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