teoría y práctica de la biopolítica


Esta saga la inicia Carl Schmitt. No es casual que su controversial crítica de la democracia liberal la emprendiera en 1921, a dos años de fundada la brumosa República de Weimar. Resumiéndolo en demasía, Schmitt plantea que el soberano es aquel que puede tomar la decisión de quién es el amigo y el enemigo, y declarar en consecuencia el estado de excepción. Considerado como el ideólogo jurídico del nazismo, termina publicando en 1963 su Teoría del Partisano, donde alaba a Lenin y a Mao como puntos de ebullición de su tesis acerca del enemigo absoluto.

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las cosas de la palabra


la lengua del tercer reich / viktor klemperer

Cuatro años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, George Orwell publica una novelita distópica que llevaría por título 1984, donde critica la aparición y el ascenso de la sociedad de masas, así como su descubrimiento, uso y abuso por parte del poder político, tanto totalitario como democrático. La gran contribución de este libro a la historia de la cultura es la descripción de la neolengua, idioma artificial que, según la crítica, le fue sugerida por el reciente ascenso y caída de Hitler y por la sombra aún viviente del estalinismo. En términos generales, la neolengua se fundamenta en la máxima reducción de los vocablos y de la gramática, lo que conlleva, necesariamente, a la pobreza mental y a la posibilidad de controlar la libertad humana por vía del ejercicio del panóptico, en la voz de su aterrador protagonista, el Gran Hermano.

Dos años antes, Viktor Klemperer (1881–1960) había dado a conocer su libro LTI (Lingua Tertii Imperii). Apuntes de un filólogo, un compendio de sus minuciosas memorias escritas como testigo de los abusos lingüísticos que le tocó vivir durante la Alemania nazi. La versión en castellano fue publicada en Barcelona por la Editorial Minúscula en 2001. Judío de origen y asimilado a la cultura alemana y a la religión protestante, Klemperer había venido desarrollando en teoría lo que ya Orwell sugirió en su espeluznante versión de la modernidad en Occidente, visión fantasmagórica que fue llevada al cine por Michael Radford.

Son varias las acotaciones que hace el autor acerca de LTI: su pobreza (qué otra cosa podía esperarse de su ideólogo e inspirador, Mein Kampf), el eufemismo, la proliferación de siglas, el cambio de sustantivos, tanto propios como comunes, en la vida cotidiana;  el uso de las llamadas comillas irónicas, la anulación de la presencia del otro por la vía del discurso o, en el más humano de los casos, su deshonra (judío equivale a cerdo, culpable, enemigo), anulación y deshonra que abriría paso, como sabemos, a la Shoá. En este punto, la bibliografía y filmografía es extensa y prolija.

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mutatis mutandi


embudo

Definición de germanófilo
Jorge Luis Borges. Revista «El Hogar». 13 de diciembre, 1940.

Los implacables detractores de la etimología razonan que el origen de las palabras no enseña lo que éstas significan ahora; los defensores pueden replicar que enseña, siempre, lo que éstas ahora no significan. Enseña, verbigracia, que los pontífices no son constructores de puentes; que las miniaturas no están pintadas al minio; que la materia del cristal no es el hielo; que el leopardo no es un mestizo de pantera y de león; que un candidato puede no haber sido blanqueado; que los sarcófagos no son lo contrario de los vegetarianos; que los aligátores no son lagartos; que las rúbricas no son rojas como el rubor; que el descubridor de América no es Américo Vespucci y que los germanófilos no son devotos de Alemania.

Lo anterior no es una falsedad, ni siquiera una exageración. He tenido el candor de conversar con muchos germanófilos argentinos; he intentado hablar de Alemania y de lo indestructible alemán; he mencionado a Hölderlin, a Lutero, a Shopenhauer o a Leibnitz; he comprobado que el interlocutor «germanófilo» apenas identificaba esos nombres y prefería hablar de un archipiélago más o menos antártico que descubrieron en 1592 los ingleses y cuyas relaciones con Alemania no he percibido aún.

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un gueto intangible, sin territorio


sinagoga

Recién levantándome el sábado, mi madre me comunica la noticia. Los buenos muchachos mancillan la sinagoga de Maripérez.

Y esto es grave. Muy grave. Más que cualquier otra cosa que haya pasado hasta ahora. Es, como tanto le gusta decir a cierto discurso televisivo y dominguero, un salto cualitativo. Agredir la sinagoga en pleno Shabat, es recordarnos (a todos los venezolanos, incluyendo a la comunidad judía) nuestra condición de apartados y perseguidos.

Más allá del terrible lugar común referido al así comenzó Hitler, los pogromos y los guetos, desde hace rato hay venezolanos que ya somos judíos.

Recuerdo ahora aquella frase de Marina Tsvétaieva que tanto impactó a Paul Celan: en un mundo de cristianos, todo poeta es un judío. Heidegger auscultaba la metafísica en busca del Ser, mientras el Ser mismo se evaporaba en los aires de Auschwitz. En Venezuela, ahora, todo aquel que no confiese su complacencia o su alabanza, es un judío. Listas, cierres de canales de televisión, agresiones a espacios de la sociedad civil (iglesias, universidades, periodistas y estudiantes en las calles cotidianas). Hace rato, los gentiles estamos en nuestro gueto intangible, sin territorio. Nuestras sinagogas también han sido profanadas. Sigue leyendo

el antisemitismo posmoderno


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Mihály Dés/ tomado de: Lateral. Revista de cultura

No es un viejo fantasma que recorre Europa, sino un mutante. Una nueva forma del antisemitismo se está colando en nuestra vida pública e, incluso, ha logrado una buena reputación. ¿De qué se trata? Y si fuera verdad, ¿cómo ha sido posible?

Tristes tiempos corrieron para el antisemitismo después de la Segunda Guerra Mundial. El Holocausto lo desacreditó tan despiadadamente que tuvo que replegarse durante varios decenios. Pero, como era de esperar, no desapareció. Los que, como servidor, habían vivido en carne propia el socialismo real, sabían que en la sombra prohibitiva del marxismo-leninismo sobrevivía todo tipo de racismo posible. El que más, el odio a los judíos.

En mi primer viaje a Occidente me enteré de que también en el Mundo Libre el antisemitismo seguía vivo y coleando. En París un bombero pluriempleado, con quien compartí el noble oficio de cargar muebles, me explicó que el mundo estaba dirigido por los judíos que, a la sazón, tenían su cuartel general en Moscú. Desde entonces me he seguido informado de otras fechorías hebraicas y de otras sedes de su conspiración global: Amsterdam, Varsovia y, naturalmente, Nueva York y Jerusalén.

Pero todo eso no era sino el viejo antisemitismo, temporalmente limitado al uso doméstico. Para que el odio más persistente de la historia volviese a ganar la plaza pública hacía falta volverse políticamente correcto. Era preciso encontrar una culpa universal para los hijos de Israel, algo en la línea de antes: asesinos de Jesús, usureros chupasangres, líderes del capitalismo y del anticapitalismo… Esta oportunidad la ofreció el Estado de Israel, cuya disputada creación, dicho sea de paso, fue apoyada por la progresía mundial y votada por los componentes del imperio soviético.
Pero las cosas se enredaron pronto. Los auténticos intereses geopolíticos de la URSS estaban en el lado árabe y el sionismo se convirtió en uno de los principales enemigos del campo de la paz. Se embrollaron las cosas, y mucho, también en Israel, pero no teman que trataré de aclarar este asunto en el restante folio y medio.

El caso es que Medio Oriente, con Israel como su epicentro, se ha vuelto en el punto neurálgico de la Tierra y, por consiguiente, en el centro de atención de la opinión pública internacional. Si las sucesivas guerras y amenazas a las que el Estado de Israel ha estado expuesto desde el mismísimo día de su creación no han logrado despertar un sentimiento pro árabe y anti israelí generalizado, sí lo ha hecho la lucha del pueblo palestino, sobre todo en su versión de Intifada. Según la opinión dominante en el mundo islámico y entre buena parte de la izquierda europea (en compañía de la extrema derecha), Israel es un Estado represor, que está cometiendo un genocidio.

Este radical diagnóstico ofrece la base ideológica y sentimental de dos nuevos tipos de antisemitismo: uno islámico, particularmente agresivo, y otro occidental, de origen izquierdista y liberal. El primero se traduce en actos violentos. El segundo de alguna manera los legitima.

Para un conocimiento sobre el antisemitismo islámico, recomiendo consultar la página web www.memri.org, que ofrece un archivo impresionante sobre las manifestaciones antisemitas en los medios islámicos, desde la invitación a exterminar a los judíos hasta la apología del nazismo. El fenómeno no se circunscribe a Medio Oriente. Desde septiembre de 2000, fecha de inicio de la Segunda Intifada, ha habido y un incremento espectacular de actos violentos contra instituciones y personas judías. La web www.tau.ac.il/Anti-Semitism informa debidamente a los interesados, quienes encontrarán abundante material también en La nueva judeofobia de Pierre-André  Taguieff (Gedisa, 2003).

Desprovista de los grandes relatos, desorientada como nunca, parte de la izquierda occidental se ha volcado sobre la causa palestina con el mismo maniqueísmo combativo como lo hizo en su día en relación con la Unión Soviética, la revolución cubana y otros despropósitos históricos. Hasta aquí la historia de siempre, pues. La novedad es que esa defensa indiscriminada e incondicional de los palestinos empieza a incluir elementos específicamente antisemitas.

Fíjense no más en esas caricaturas aparecidas en diarios españoles ideológicamente muy diversos sobre el conflicto palestino-israelí, de las que ofrecemos una muestra en el presente número. En casi todas, la figura del israelí es representada como el judío de la propaganda nazi: un tipo siniestro y encorvado con una enorme nariz ganchuda. En todas las viñetas se insiste en algún tipo de paralelismo con el genocidio, el nazismo, la svástica. El mensaje nada subliminal es el de Saramago: ahora los judíos son como sus antiguos verdugos. Comparar las atrocidades cometidas por Israel, en permanente estado de guerra, con la eliminación industrial de millones de seres humanos sin resistencia, es una falacia histórica que justifica el mismo trato con los israelíes que los nazis les dieron a los judíos. Utilizando viejos símbolos hebraicos, las viñetas borran la diferencia entre un gobierno concreto, los ciudadanos de Israel, el sionismo, los judíos e, incluso, a veces, los EEUU. He aquí la vieja conspiración judeomasónica: los todopoderosos judíos son culpables de todo, inclusive de los atentados contra ellos mismos.

Naturalmente, nuestros dibujantes estarían indignadísimos si supieran que les acuso de fomentar el odio racial. Éste es precisamente el signo distintivo del antisemitismo posmoderno: no se reconoce como tal. Hasta ahora todos los antisemitas de la Historia estaban encantados de serlo. Nuestras bellas almas no lo saben o, al menos, no lo confiesan.

Extender la descalificación de un gobierno de Israel a todos los isrelíes y, a su vez, a los judíos en general es tan atroz y racista como tachar a los musulmanes en bloc de fundamentalistas o terroristas. Lamentablemente, esto último también ocurre, pero sobre todo a nivel popular y, por el momento, no está bien visto. En el otro lado, en cambio, el trato maniqueo y perjudicial se ha vuelto tan normal que uno ya ni se da cuenta. Yo mismo he visto varias de esas caricaturas sin haberme alarmado.

Hace pocos días, media Barcelona estaba empapelada con unas octavillas firmadas por una tal Entesa Islam-Catalunya y la Plataforma Joves per Palestina, declarando que «El sionismo derrumbó a Europa en 200 años», «El sionismo planificó la estructura Económica y política de Europa», «El Sionismo controla la ONU y el FMI», «El Sionismo pretende ahora acabar con el Islam y el Mundo Árabe», «El Sionismo controla el proceso de la Globalización Mundial». O sea, puro Mein Kampf. Pero como también exigían una «Palestina libre», su mensaje pasa, incluso despierta adhesiones, tal como podemos constatar en todas las manifestaciones por la paz y la libertad.

Empezando con la instauración del monoteísmo, los judíos han dejado su impronta varias veces en la historia universal, aunque sea mediante sus disidentes, como Jesús o Marx, o su martirio, como en el caso del Holocausto. Tiendo a pensar que también el conflicto que están padeciendo ambos bandos en tierras bíblicas tiene esa trascendencia universal. Y no sólo por cuestiones geopolíticas. En una época de dramáticas migraciones y dificultosas integraciones, de desigualdades crecientes entre los países, de conflictos religiosos y étnicos, de economías y violencias globalizadas, Occidente está ante portem (o, incluso, algo más adentro) de los mismos problemas que en Israel están ya en una mortal colisión. Este conflicto difícilmente se resolverá sin asistencia internacional, y el enfoque que se le dará será lo que en gran medida determinará cómo Occidente podrá abordar los mismos desafíos en su propia casa.

El antisemitismo políticamente correcto que se ha colado en nuestra vida pública contribuye generosamente a que las cosas vayan peor para todos, así en la Tierra Santa, como en la nuestra profana. En este sentido, entonces, el nuevo antisemitismo es exactamente como el viejo.

Nüremberg y nosotros


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Hijos de inmigrantes/ de mierda fuera/ de la patria de Bolívar/ sus malditas raíces/ están/ en Europa/ basuras/ son

Leyes de Nüremberg del 15 de setiembre de 1935
Ley de ciudadanía del Reich y Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes del 15 de setiembre de 1935.
En: Boletín Oficial del Reich, año 1935, parte I, págs. 1146-1147
El Reichstag ha sancionado por unanimidad la siguiente ley, que queda promulgada por la presente:

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Estados de excepción, crítica al liberalismo y Carl Schmitt


  • Crítica de Carl Schmitt al liberalismo
  • Luis R. Oro Tapia

Licenciado en Historia, Magíster en Ciencia Política y candidato a Doctor en Filosofia. Es autor del libro ¿Qué es la política? (RIL Editores, Santiago, 2003) y es coautor, junto a Carlos Miranda, del libro Para Leer El Príncipe de Maquiavelo (RIL Editores, Santiago, 2001). Actualmente cumple funciones docentes en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y en la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En este trabajo se recogen y comentan las críticas que el jurista y politólogo alemán Carl Schmitt (1888-1985) plantea al liberalismo. La argumentación de Schmitt no proviene de la vertiente marxista, pero tampoco es un autor que se pueda tildar sin más de conservador, de ahí su novedad y también su actualidad. El artículo analiza las críticas que Schmitt dirige a cinco aspectos emblemáticos de la doctrina liberal: el Estado de Derecho, el parlamentarismo o demoliberalismo, el pacifismo internacionalista, el individualismo y el optimismo antropológico. Esta investigación se concentra en los escritos políticos de Schmitt del período de entreguerras, que corresponde al de su mayor vitalidad intelectual y también al de sus mayores compromisos políticos.

Tomado de: Estudios Públicos, 98 (otoño 2005). Centro de Estudios Públicos de Chile

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Introducción

El jurista y pensador político alemán Carl Schmitt (1888-1985) nunca escribió un tratado o un artículo monográfico en que abordara de manera sistemática sus críticas al liberalismo. Sus reflexiones en torno al liberalismo están confusamente desperdigadas en su copiosa obra. El tratar de espigar dichas reflexiones no es tarea fácil. En primer lugar, porque rara vez anuncia cuando va a desplegar o insinuar sus críticas. En segundo lugar, no está en modo alguno claro a qué tipo o a qué rama genealógica del liberalismo está impugnando, pero lo que sí es evidente es que en sus escritos están ausentes los pensadores liberales de la segunda mitad del siglo veinte. En tercer lugar, Schmitt no es un pensador sistemático; tiene, especialmente en sus ensayos políticos, cierto matiz de polemista ocasional y ciertos visos de sofista, en cuanto en algunos de sus escritos utiliza un argumento para atacar y en otros utiliza el mismo argumento para defender una causa que a él le interesa.

Entonces, ¿cómo identificar cuál es la crítica de Carl Schmitt al liberalismo? En mi opinión, tal problema se puede solucionar en parte formulando otra pregunta: ¿cuáles son las características comunes, no obstante su diversidad, de las diferentes corrientes del liberalismo? Creo que la numerosa y heterogénea familia liberal coincide en los siguientes aspectos: en la necesidad de instituir un Estado de Derecho; en la defensa de la libertad individual; en la restricción del uso de la fuerza como instrumento de la política exterior de los Estados, y en la concepción optimista de la naturaleza humana que subyace, con diferentes énfasis, en las diversas corrientes del liberalismo.

A estos cuatro aspectos señalados hay que agregar —como quinto punto— el parlamentarismo, que fue el régimen predominante en Europa central y occidental durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, que es el período que corresponde a la formación intelectual de Schmitt y que es precisamente frente al cual él reacciona de manera crítica. En este trabajo abordaré la manera en que fueron tratados dichos aspectos en algunos escritos del referido autor, correspondientes al período de entreguerras. Como método de trabajo trataré de fundamentar cada una de las afirmaciones que realice respecto de sus planteamientos en sus propios escritos. Por eso, constantemente utilizaré el pie de página para dar las referencias precisas en las que mi análisis se sustenta.

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Paul Celan: el tango de Auschwitz


 

Guillermo Saccomanno

Tomado de: Página/12. Buenos Aires,domingo 19 de septiembre de 2004.

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  • No hay nada en el mundo por lo que un poeta haya de seguir escribiendo, no desde luego si el poeta es un judío y la lengua de sus poemas es el alemán, reflexionó en su última época Paul Celan (1920-1970).Tal vez yo sea uno de los últimos que deba seguir viviendo para consumar el destino del espíritu judío en Europa. Esa obligación la he sentido como poeta, como poeta que no podía dejar de escribir, a pesar de ser judío y escribir en alemán.

 

 

Leo Antschel es ingeniero, pero después de la debacle económica de la Gran Guerra, en los Cárpatos, vende leña de aserraderos. Friederike, su mujer, acostumbrada a la crianza de sus hermanos menores, no permite que lo doméstico le gane a su afición por la lectura, que le transmite ahora a su hijo Paul. Lo manda a una escuela privada, pero el padre, sionista estricto, lo cambia a una escuela hebrea. En la familia se habla un alemán sin acento. Czernowicz, la ciudad en que viven los Antschel, pertenece a Bulgaria. En 1938 Hitler se anexa Austria. Y en Czernowicz, aunque el nazismo no parece inminente, ya se respira el racismo. Los Antschel discuten qué hacer con sus ahorros. El padre quiere reservarlos para una huida. La madre y el hijo se oponen: un buen destino para el dinero es costear los estudios de Paul en una buena universidad europea. Madre e hijo ganan la pulseada.

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Los once mandamientos del pana Goebbels


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1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. «Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan».

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Después de Auschwitz: la persistencia de la barbarie (I). Ricardo Forster.


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(Tomado de Webislam)

1. Después de Auschwitz. ¿Qué palabras utilizar para intentar describir la trama del infierno? ¿Cómo volver a los textos ejemplares de la literatura allí donde el infierno era metáfora de una realidad imaginaria cuando, en Auschwitz, se ha vuelto manifestación de lo humanamente posible? (1) Preguntas iniciales, simples marcas de una interrogación que no cesa de crecer en una época, la nuestra, que por diversos y extraños caminos vuelve a toparse con los relatos del horror, con la presencia, tan difícil de explicar, del mal absoluto asociado con el mal de la banalidad.

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